no voy a hablar de flores, aunque están, aqui, siempre presentes, mágicas, sutiles, necesarias y florecidas en el momento justo.
Voy hablar del que para mi es el verdadero valor de las cosas.
Hace unos días, mi padre comenzó a caminar por otro sendero. Lo echo de menos. Estoy dolorida. Triste, coja.
Y con los bolsillos repletos.
De palabras con sentido, y sin sentido, de gritos, de preguntas.
De acompañamiento silencioso de horas a mi lado en un sofá, de acompañamientos transoceánicos.
De viajes kilométricos.
De impotencia, de deseo de ser capaz de caber por un cable telefónico y reducir distancia.
De lágrimas, anécdotas y carcajadas nerviosas.
De gente, de "estoy aunque no me veas porque ni siquiera puedes levantar tu mirada, pero aquí estoy".
De esfuerzo, de "colocar a los niños" con vecinos, amigos, es igual, el caso es estar.
De bizcochos misteriosos en el porche, de caldo calentito, de "hegoak ebaki banizkion" en los pirineos.
El verdadero valor de las cosas.
Nada material nos hubiera podido abrazar, ni acompañar, ni dar amor a raudales.
Nada el calor, ni las palabras, ni la energía, ni la fuerza.
Me quedo con lo que tengo en los bolsillos en este instante.
Y con vosotros.